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La casa del pueblo

La entrada tenía dos columnas de ladrillo, de altura mediana y a cada lado tapial con ladrillos alternados. Ladrillo y vacíos. Ladrillo visto. A la derecha, pasando el tapial, el portón del garaje, de madera un poco vieja pintado de verde. Pasando el portón, una verja de alambre de rombos, más baja que le tapial haciendo de entrada al patio. Se abría y cerraba con un pasador pequeño. Pasando la verja, alambrado que separaba el patio de la vereda de tierra.

A la izquierda, pasando el tapial, la esquina de la cuadra. Un local, que también pertenece a los dueños de la casa. El local tiene vidriera y era alquilado para diferentes rubros, principalmente almacén. Al entrar al local, el piso de madera crujía. Debajo un sótano, daba miedo pensar que debajo había un vacío. Acercarse al mostrador me atemorizaba. Delante un mostrador, también de manera y a la derecha unas estanterías. Recuerdo a Héctor, parado detrás del mostrador. Era un hombre muy alto, en su juventud había sigo jugador de básquet luego entrenador. Era delgado, lo conocí canoso. Un tipo algo reservado, callado, a veces lejano. Charlatán cuando se disponía a serlo. Amoroso a su manera. El local era de tamaño pequeño pero suficiente.

Detrás de las columnas de entrada de la casa, enormes hortensias de color rosa y celeste que copaban todo el espacio de jardín de la entrada. De frente una puerta de madera marrón oscuro con una mirilla de donde se observaba a las visitas cuando llamaban a la puerta. A cada lado, una ventana que daba a ese jardín colorido. Al entrar un living grande, el piso de cemento algo resbaloso color bordo oscuro. A la izquierda un modular, en las paredes algunos cuadros y algunos sillones dispuestos para sentarse. El aroma de la casa era particular apenas entrabas. A la izquierda, pasando el modular, una puerta que daba a la zona de la cocina, un espacio pequeño donde sólo entraba una mesa y dos sillas en las puntas. En diagonal a la mesa, un televisor algo antiguo, que estaba bastante prendido. A la izquierda del televisor un modular color marrón claro que ocupaba toda pared con vajilla, adornos varios, papeles. Volviendo a la mesa, hacia la derecha un pasillo donde se situaba la cocina. Caminando por el pasillo, primero una heladera blanca, luego la mesada, luego la cocina marrón oscuro. Al pasar la cocina, se llegaba a una puerta que se abría empujándola y volvía sola. Se llegaba a una galería que daba al patio. A la derecha el garaje, donde guardaban un Renault 19 color bordo, también algunas estanterías y cosas varias. Volviendo a la galería, frente a ella un aljibe, muy hondo al que daba miedo asomarse. Pasando el aljibe, estaba el patio, con un baño cuyo asiento era de madera y la cadena era un balde de agua. En el resto del patio, un poco de huerta y plantas.

Regresando a la mesa de la cocina, había dos puertas, una daba a los dormitorios y otra a la zona de costura que usaba Carolina, una mesa grande en el medio. Apenas se ingresaba, a la izquierda, una estantería con una cortina verde donde se disponían todos los rollos de tela que usaba. Frente a la mesa, un ventanal grande que daba a la calle y que lindaba con el local. Ingresaba mucha luz por esa ventana, tan necesaria para enhebrar las agujas y coser con precisión. Carolina parada frente a la mesa, con el centímetro alrededor de cuello y marcando con agujas en una prenda que luego cosería. También ponía botones, contaba con una máquina que era especial para ese trabajo, se ponía la parte de arriba de un botón en la máquina, la parte de abajo en la tela y luego se prensaba. Botones de plástico color celeste, rosa, colores varios. La máquina de coser, a la izquierda otro modular mediano. A Carolina, también la conocí canosa, pero su pelo tenía rulos. Los ojos más extraños que vi, grises con celeste. Estatura pequeña, le decían Petisa o más usualmente Chiquita. Lo cual lamentablemente, escondía su hermoso nombre. Le gustaba ir a la iglesia y zurcir medias la entretenía. A diferencia de Héctor, le gustaba hablar bastante. Pasando este espacio, había una puerta que daba al dormitorio principal. Una cómoda a la derecha apenas se entraba, donde estaban algunas alhajas de Carolina. En el centro del dormitorio, una cama matrimonial y frente a la cama un ropero de madera. Sobre el respaldar de la cama un rosario gigante de madera aludía la religión que profesaba Carolina. El dormitorio contaba también con una ventana que daba a la vereda. Al costado de la cama, cómodas con veladores. Al costado de la cómoda, había una puerta que llevaba a otro dormitorio. Apenas se ingresaba había un espejo. Era un dormitorio oscuro, aunque se prendiera la luz porque no contaba con ventanas. Luego la cama, de dos plazas también. Con colchón de plumas, ya gastado por los años, que al recostarse formaba como pelotas, dormir allí tenía su encanto. A la derecha de la cama, un gran placar. Y a la izquierda, un baño, de azulejos color celeste. Esta habitación era más larga que la otra. Y pasando el baño, había una puerta que daba a otra pieza pequeña que se usaba de depósito de mercadería. Esta pieza tenía ventana al patio, creo que había una cama de una plaza. La otra puerta de salida de la pieza, daba al comedor, apenas se abría se veía la mesa y el televisor. Y Héctor sentado en esa esquina de la mesa, viendo algún programa de Telefe de la época.


Noelia Trento.-



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