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Monólogo sobre la evolución o el paradigma del pájaro

Espero reencarnar en un pájaro. Reino inferior, según el ser humano. Entiéndase al ser humano como el ser más evolucionado. Dicho por el mismo ser humano, una especie de autovalidación. Es decir, somos los únicos seres que nos hemos legitimado a nosotros mismos como aquellos que están por delante de todos los otros seres en términos evolutivos. Claro, que nosotros también creamos el término evolución. Algo si tenemos que reconocerle al ser humano, y es la exhaustiva categorización que ha desarrollado para todo. Entiéndase evolución como sinónimo de avanzar, y el avanzar como sinónimo de aventajar, escalar, rebasar, progresar, elevarse. Somos elevados, grandiosos, extraordinarios, insuperables, celestiales, divinos, gloriosos, admirables. Volviendo al tema de la validación, no le hemos preguntado a los otros seres, que hace también miles de años que habitan la tierra, si están de acuerdo o si quisieran debatirlo. He aquí que el ser humano cree que eso no es posible, porque es más inteligente. Porque no podríamos comunicarnos con otros seres animales porque ellos no poseen el avance de la lengua ¿o no? Es extraño observar a un pájaro, pensar que piensa él de nosotros, volando entre medio de edificios artificiales, signo de la evolución del ser humano. Quizá, arriesgo, no estén tan contentos, quizá ellos no piensan que somos tan avanzados. La perspectiva del pájaro podría cambiar el paradigma. ¿Por qué el ser pájaro es menos evolucionado que el ser humano? Los veo felices, volando, jugando en diferentes velocidades, con sus familiares y amigos. Despreocupados de problemas existenciales y materiales. El pájaro pasa rasante, libre sin que nadie lo pueda agarrar, salvo algún ser humano que con sus avanzadas tecnologías lo derribe. ¿Envidia? Pasa y con su libertad casi me grita lo penoso de mi existencia humana. Al pájaro no le interesan mis dramáticos episodios existencialistas. Casi que se ríe en mi cara, casi que me dice ¡imbécil! El pájaro pasa de nuevo, ocupado en su volar, y estimo que en su día se ocupa de la comida, del cagar y del reproducirse. Luego, de nuevo a volar. Alto, bien alto. Incluso percibo que entiende la vida más de lo que la entiendo yo. Simplemente la vive. No la piensa. Es y basta. ¿Qué traemos cuando venimos al mundo como humanos? Hambre, sexo y ganas de mear y cagar ¿Qué pasaría si me hubiera criado en una tribu indígena? ¿En qué momento la evolución se volvió sinónimo de alejarnos de lo animal? Reconocimos algo que nos diferencia y nos subimos al pony. Pony galopante que nos ha llevado directo al barranco de ansiedades. Absurdos. Contrariados. ¡Absurda! Me grita el pájaro cagándose de risa, mientras yo tomo un té sedante para calmar la vida. Si hubiera nacido en una tribu supongo que hoy estaría más desnuda, ocupándome de mis instintos básicos, deseando copular salvajemente sin preocupaciones por el mensaje del día después. Pero he sentido mi ser natural. Cuando desarmo la valija se queda adentro esperando que llegue la próxima oportunidad. ¿Qué es avanzar? ¿Perder? ¿Lejanía? ¿Confusión? ¿Caretaje? Lejana, perdida, careta, pero avanzando ¡Viva la vida contemporánea carajo! Carajo, muy poca gente conoce el verdadero significado de la frase: irse al carajo. Creen que lo saben, pero no lo saben. ¿Realmente saben algo de lo que creen que saben? Bastante seguido siento la necesidad de irme al carajo. Lo cual vuelve todo muy sospechoso. Son unas ganas de trastabillar intencionalmente. Un hacer como si no supiera que me estoy yendo al carajo. Mentir, un poco más. Buscarle otra forma al mentir. Hacerme la boluda. Hacerle el refilón a la locura y que los otros me tengan pena. Tontos. Estoy mintiendo. ¿Soy culpable de sentirme así? ¿Debo pedir disculpas por sentirme así? Me han dicho “las disculpas nunca están de más” pues aquí, entre nosotros, creo que sí. En tanto vacías, ¿de qué sirven? Pues no me disculpo por lo que siento. Lamento enormemente avasallar el contrato social. Más, la lealtad individual, de la cual poco sabemos, es menester priorizar. Pues de no hacerlo, sesión de terapia asegurada. Y dentro de la misma lógica, diré que me vuelvo pájara. Decido abrir las alas y dejarlos plantados. En el caso de volverme paloma, cagarlos un poco desde arriba, mancharlos con puntos en el cuerpo para que me recuerden. Es así, todo animal tiene su límite.


Noelia Trento.-

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